martes, 20 de enero de 2009

Símbolo de convivencia.


Un artículo de Elvira Lindo:

En mi vida he llevado una bandera en la solapa; por supuesto, no se me ha ocurrido colocarla en ningún lugar de mi casa, ni he sentido orgullo cuando la he visto izar en un acto oficial. Parte del año vivo en un país, Estados Unidos, en el que la bandera está omnipresente: en casas particulares, en restaurantes, en jerséis, en miles de souvenirs, en abriguitos de perro, en abrigitos de niño. Siempre he entendido este abuso como un signo del exagerado nacionalismo americano mezclado con una incurable excentricidad. Aunque nadie señala a nadie por vestir la bandera. A muchos americanos puede parecerles hortera ese exhibicionismo pero pasan de él de la misma manera que miran sin mirar al individuo que se pasea por Broadway con una serpiente enroscada al cuello. Respeto máximo a las extravagancias ajenas. Aquí, desde luego, distamos mucho de ser así. Estamos acostumbrados a ejercer nuestro juicio crítico (o criticón) a cada momento, y cuando vemos que un ciudadano luce la bandera española, aqunque sea en un objeto tan discreto como el llavero, inmediatamente creemos saber de qué pie cojea. La bandera española no tiene una imagen normalizada en nuestro país, y creo que los que dificultan esa normalización son los que, por un lado, la exhiben de forma amenazante, y por otro, los que la detestan. Vivimos en un país democrático y, por tanto, ambas posturas son respetables, pero creo que el nivel de crispación innecesario que provoca la bandera descendería si fuéramos capaces de entenderla como lo que es, el símbolo de una comunidad de ciudadanos, es decir, un símbolo de convivencia. De la misma manera que la presencia de la banderaza roja y amarilla en la plaza de Colón me parece invasiva y antiestética, no he entendido tampoco los problemas que ciertos políticos nacionalistas tenían en hablar con la bandera de España a sus espaldas cuando estaban en alguna institución española en el extranjero; me parecía desleal con el estado que les ampara.
Creo que la gran lección de normalidad con respecto a la bandera española la han dado nuestros deportistas y sus seguidores, gente en su gran mayoría muy joven. El triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa fue una experiencia definitiva. Se trataba de un juego y de una celebración. Es cierto que hay espíritus simples que sienten que su espítitu patriótico se enciende en esas ocasiones pero, en general, se trató de la alegría que provoca el triunfo en una competición (y lo digo yo, que también me siento lejos de las alegrías colectivas).
Treinta años después del fin de la dictadura me gustaría que la bandera española se viviera como un símbolo democrático, nada más que eso. Para mí es suficiente. No hace falta que esos dos colores contengan un sentido "identitario", ni cultural, ni tan siquiera histórico, sino que sean el síntoma de que en nuestro país, personas de muy distinto signo, patrióticas o no, pueden convivir civilizadamente.

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