sábado, 12 de septiembre de 2009

La gandulería patriotera


Ignacio Ruiz Quintano en ABC

BORGES, a cuyas solapas acostumbra agarrarse Zapatero en sus festines de Trimalción en La Moncloa, tiene escrito que hay dos cosas que ningún hombre puede hacer: una, amenazar; y la otra, dejarse amenazar.
Catalanes y españoles no hacen otra cosa.
-Si el Tribunal Constitucional toca el Estatuto, Cataluña debe salir a la calle -dice Artur Mas, el Johnny Bravo del tabarrón catalán.
Pues que salga. La calle, ayer de Fraga, mañana será de Cataluña. ¿Y qué? El español, políticamente, es un fue, un es y un será cansado. Lo que pasa es que nuestra derecha y nuestra izquierda vienen a ser, como diría Fígaro, «un animal de poco escarmiento», lo que aprovecha la industria del independentismo catalán para seguir repicando en la buhardilla.
-En Cataluña hay gente muy patriota -dice Alexander Hleb, un mediocampista de brega bielorruso que ha salido del Barça-. Jugar bien no basta; hay que hablar en catalán.
Hleb, que no ha leído a Pemán, no sabe, el hombre, que hablar o leer o aprender el catalán es un hecho simplicísimo:
-Se trata de beber un vaso de agua clara.
El ex presidente de Hleb se ha pasado la semana pregonando que marcharía francamente, él el primero, por la «manifa» del lema total: «Somos una nación. Queremos un Estado propio».
¿Y quién se lo impide?
-Que cada uno levante lo que quiera -se le escapó por la boca a Rubalcaba, ese señor que pasa por listo sólo porque entra a las ruedas de prensa como el violinista que llega tarde a su puesto.
Es verdad que Rubalcaba -¡cráneo privilegiado!- hablaba de levantar, no la caja, sino los brazos a la romana o los puños a la rusa, que de todo habrá en la carrera de un español de su edad, aunque se ve cada puñito por esas nomenclaturas que no sabe uno si están jugando a los chinos, y tampoco si es un puño con rosa o un puño con cal. Pero el mensaje de Rubalcaba resume lo que Salmerón llamó la «gandulería patriotera».
En los albores del gran tabarrón, Salmerón dijo en el Parlamento que si los anhelos de los catalanes, que siempre han sido viejos -los anhelos, no los catalanes-, no eran atendidos, los catalanes irían a la insurrección. Todo su poder está en esto, pero Canalejas no quería oírlo:
-¿Insurrección? ¿Guerra civil? Yo no quiero saber nada de eso.
Gracias, pues, a la gandulería patriotera, que aconseja reservar el heroísmo para cuando haga falta, «porque en estos momentos resulta inútil y contraproducente», Mas, Laporta o Henry pueden proclamar el Estado catalán cuando les venga en gana, que nadie se les va a oponer, y ahorrarse ese ejército que quiere levantar un penene de la Pompeu Fabra con la esperanza de añadir a la nómina académica un pase para el economato militar. Con el dinero de un ejército al que nadie se iba a enfrentar pueden pagar, a Ucrania, el traspaso de Chygrynskiy, y a Ibrahimovic, las clases de catalán.

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